sábado, 1 de mayo de 2010
TAVERNIER Y EL COMPROMISO. CINE Y PEDAGOGÍA III
----------------------------------------------------------------------------------------------- UNA SEMANA DE VACACIONES.
No se si habréis tenido la misma sensación que yo cuando, al comenzar una película, o una novela, aparece una página casi en blanco con un epígrafe superior:
“A Rita y John” “A mis hijos” “Para mi tía Matilde” o “A aquellos que con su denodada labor……zzzzz”.
Desde luego la mía es de estupor y de fastidio. Primero porque no entiendo que una dedicatoria personal deba hacerse más o menos universal. Bastaría con que llamase el autor a Rita o a Matilde, o que aconsejase a sus vástagos que no malgasten los royalties. Y segundo, y principal argumento, es que si yo he pagado la entrada, si yo he comprado el libro, estos van dedicados a mí exclusivamente. No se puede vender algo dos veces, aunque algunas etnias y algunos políticos sean tradicionales acreedores de tal habilidad.
Si un señor hace una obra con la exclusiva finalidad de vendérmela y yo se la pago, que no me venga luego con la pamema de “A Claude y Jean Paul”, que no se pase de listo y que no me llame cretino, que a los que lo somos, nos sienta muy mal la insistencia.
Esto viene al pelo de otras obras, con las que suelo ser mas tolerante, que comienzan con una cita iniciática, que nos orienta sobre la temática, la intención y hasta el tono de lo que vamos a contemplar.
Algunas veces son pelín lapidarias, hasta dejarnos noqueados un buen rato en el que digerimos el uppercut. Y ya, el colmo del aperitivo, cuando el tiempo muerto este de la recuperación tras la luz cegadora del destello de sabiduría, coincide con el rato mas o menos idiota en que van desfilando por la pantalla una retahíla de nombres intrascendentes con una música de fondo, usualmente pelma y a modo de anticipo del tema musical, pelma, que se va a repetir diez o doscientas veces a lo largo del espectáculo.
Algo de ello, solo de lo bueno, hay en la que hoy voy a incluir en el lote. “Une semaine de vacances” Bertrand Tavernier 1980.
Comienza así:
Educación pública:
“Todo condenado a vivir deberá tener la cabeza borrada”
(Jacques Prevost)
Y después la sorpresa. He tenido que confirmar el año de producción para desengañarme sobre la idea de que era una película del año pasado, de 2009. Y es que no podía creer que me estuviesen contando una historia nuestra, de ahora, con imágenes de hace treinta años. Quizás la presencia de un Citroen Mehari, el coche que siempre soñé, fuese el único rastro de senectud.
Tavernier, heredero de la nouvelle vague, o fundador, según, comunista y ante todo pedagogo, es amigo de plantearnos dramas humanos, protagonistas angustiados que lo son por su época, por su entorno, por las convenciones que les obligan a tomar determinadas decisiones y sufrir sus consecuencias.
Nada nuevo desde el teatro victoriano, pero revolucionario si consideramos que esos condicionantes no son inmutables, fuera de los corsés sociales, y que pueden y deben ser desatados por cualquier revolucionario de pro, es decir Tavernier.
Aquí la profesora de instituto, es una chica, magnifica Nathalie Baye, que sufre una crisis personal en la que su profesión juega el papel central, y en la que a los adolescentes que la mortifican y a la vez la colman de vitalidad, se une el novio inasequible, un bendito, y un puñado de personajes, positivos todos, que pasaban por allí, para ayudarla a pasar el mal rato.
Pildorazos terribles, sociopolíticos, desde el principio hasta el fin. En los noticiarios televisivos, en la actualidad política del momento y en los diálogos, incluso en el par de canciones que borda Eddy Mitchel, que nos hacen plantearnos cuestiones en las que no habríamos reparado de otra manera, y tan ausentes de demagogia barata como del exceso melodramático al que nos tenía acostumbrados el cine de la época. Hallazgo gozoso.
Fantástico Michel Galabrú en otro papel en el que desaparece el actor, como debe ser. Y excesivamente corto el tiempo, la comida, los gestos, los silencios de Philippe Noiret. ¿Por qué no tenemos actores así? Yo quiero.
Que si, que es cine social. Pero apenas se nota. El que no quiera verlo tiene delante una historia en femenino singular, o un romance mas o menos de nuestro tiempo. El que tenga contacto con adolescentes, o el que alguna vez lo haya sido, descubrirá o recordará algunas cosas, algunas motivaciones que hacen coger a cada uno direcciones diferentes a los demás, aparentemente.
¿Y la música?
Ya la canción inicial “La ultima sesión” o “La derniere seance”, sobre el cierre del cine de su infancia, con la que Eddy Mitchel tituló un programa sobre las buenas películas en la televisión francesa, merecería un articulo aparte.
C'etait la derniere sequence
C'etait la derniere seance
Et le rideau sur l'ecran est tombe
La photo sur le mot fin
Peut faire sourire ou pleurer
Mais je connais le destin
D'un cinema de quartier
Il finira en garage
En building supermarche
J'allais rue des solitaires
A l'ecole de mon quartier
A cinq heures, j'etais sorti
Mon pere venait me chercher
On voyait Gary Cooper
Qui defendait l'opprime
C'etait vraiment bien l'enfance
Mais c'est la derniere sequence
Et le rideau sur l'ecran est tombe
Claro que sin música pierde bastante. Y si le añadimos la ausencia de la magia de los subtítulos, que , por fin, me hacen comprender la letra de todas esas canciones, las rokeras de Eddy Mitchel incluidas, que hasta ese momento eran solo música, música instrumental, por mas que sus interpretes se esforzasen en cantármelas en idiomas desconocidos. Magia de verdad.
Tendríamos que dar un salto a través del océano y volver a ver “La última película” de Bodganovich, que en cierto modo, también trata de profesores, de la vida y de otras cosas, pero iniciaríamos un camino, vade retro, que terminaría en los innumerables bodrios sobre los estereotipos de bachilleres y universitarios norteamericanos que tanto daño, por culpa de los medios, han hecho y siguen haciendo a los nuestros. No insistiremos. No cambiaremos de continente, aunque incluyamos alguna isla cercana.
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