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A veces he usado el símil, el sucedáneo, la palanca, o como queráis llamarlo de los tres tercios de la democracia orgánica que constituían la base representativa de las cortes de la nación.
Evidentemente el adjetivo orgánica explicaba, mejor que yo, que el sustantivo democracia carecía de sentido en esa situación.
Aunque votaban los electores a sus representantes, previamente elegidos por el poder, en esas tres áreas, familia, municipio y sindicato.
Supongo que la intencionalidad de la comparación, en la que insisto, con los tiempos actuales, seguirá permaneciendo en la superficialidad de la ironía mas o menos conseguida o en la referencia fácil al catastrofismo irredento, al de todo sigue igual y además, no hay nada que podamos hacer.
No era esa la intención, desde luego. El paralelismo entre esto y aquello no queda reducido al elemento formal de nuestro papel, el de paisanos telespectadores, en el espectáculo político.
Hay un ligero, pero importante matiz diferenciador, entre los votantes de antes, en gran parte movidos por el miedo a dejar de hacerlo, y los de ahora, motivados en otra gran parte por el interés personal e inmediato; en el beneficio crematístico que les reporta el que todo siga igual.
Resulta curioso que este matiz tan importante, tan ético y tan querido por los tópicos del mundo feliz, como es la diferencia entre aquellos que apuestan, o apostarían si fuese posible, por “Un mundo mejor”, y los que solo buscan la ventaja propia y la de su entorno inmediato, familia y/o grupo afín, en el asunto del ande yo caliente, pase desapercibido. Curioso el que esta diferencia, entre los que votan con el bolsillo y los que lo hacen con el corazón, no haya sido jamás reflejada en las encuestas de opinión que rodean a todo proceso electoral.
De los que votan con la cabeza, con la razón, no digo nada. A la vista están los resultados. Y de la asunción, falsa, de que los españoles son justos y benéficos y que cuando votan es que votan de verdad porque a ninguno le interesa hacerlo por frivolidad, más de lo mismo.
Y el tema no es baladí en modo alguno. Entre otras cosas porque son, somos, los mismos electores los de los referéndum, para decir siempre que si, y los de los innumerables eventos de sufragio universal e inorgánico que nos ofrecen los nuevos tercios que ya, son cuatro: municipio, autonomia, nación, y continente, multiplicando por pi menos erre el numero de señores/as gordos con banda en la pechera que constituían aquellas denostadas cortes, su coste para el erario y sus áreas de intereses e influencias.
Tenia yo una esperancita, como cantaban los Hermanos Rigual, de que una situación crítica como la que estamos viviendo, destapase de algún modo el fraude colectivo en el que todos, llevamos tanto tiempo participando, y que de alguna manera, pacifica y civilizada, surgiesen voces primero, grupos después, que aglutinasen a aquellos partidarios de reformas profundas en un sistema injusto e ineficiente, y ya es redundancia en este caso, es injusto por ser ineficiente y viceversa. Y otra, la esperanza de que nuestro país, aprovechando la ventaja del trato inevitable con las democracias consolidadas de nuestro alrededor, se convirtiese en una nación de la que sentirnos orgullosos durante varias generaciones.
Lo curioso es que esta esperancita en la superioridad del nuevo tercio, el europeo, tambien se me ha ido por el desagüe de la incompetencia ajena, que el de la propia lo tengo atorado de tanto vomitar.
Resulta que el tan esperado new deal europeo, alguna década después de su nacimiento, sigue en el limbo de lo desconocido, en la mera imagen formal de algo que nadie parece saber nada sobre su destino o, lo que es lo mismo, de sus pretensiones. Mal vamos.
Una política común en lo económico, que se limita a conceder ayudas en forma de prestamos con bajo interés a los países pobres, y el nuestro lo ha sido desde el principio, cuando el flujo de la ayuda nos beneficiaba, cuando el dinero fácil nos catapultó en una espiral de consumo irresponsable , que incluso hoy, estamos lejos de abandonar.
El resultado es palmario, los países pobres son ahora igual de pobres pero tienen, tenemos, una deuda cuyos intereses somos incapaces de pagar y, lo que es peor, con los paisanos convertidos en viejos ricos nuevos, en estúpidos hijos pródigos a la busca de un padre que nos perdone y nos vuelva a llenar los bolsillos. Y eso, por lo que yo conozco, solo sucede en la literatura mística.
Desconozco la solución que la nueva Europa, la del banco central y las instituciones que gestionan la economía supranacional, tan alejada por otra parte de los representantes electos del parlamento europeo –miles, supongo-como estos lo están de sus electores, -a años luz-, va a buscar a este pequeño e irresoluble problema, tan viejo como la humanidad. El correcto reparto de los derechos y los deberes entre los supuestos ciudadanos, de manera que a todos les toque una parte alícuota de unos y de otros, sin que la equidad convierta la justicia en algo insostenible. No es fácil.
Poco creíbles ellos, después del éxito que tuvieron con la constitución europea, de la que fuimos los primeros y únicos en aprobar por la minoría aplastante de los que votaron. Sobre el 55% de abstención que tuvimos, o sobre la inutilidad de dicho sufragio, todavía estoy esperando respuesta de los convocantes de por aquí.
Quizás solo queda soñar con un nuevo estado basado en la economía, en aquello de tanto debes tanto vales, que tan buen resultado ha dado en ultramar, en una reencarnación pacifica del nuevo Reich, - el que va poner las monedas-, siempre y cuando el vecino francés acepte las circunstancias, que históricamente ha sido que no.
Quizás soñar que, de algún modo, en nuestro barrio los vecinos asuman que no pueden seguir consumiendo productos que no necesitan con dinero prestado a cuenta de un tercero que, además, tiene la peor de las perspectivas posibles, parado y con deudas.
Sueños son.
Para eso tenemos un estado, una constitución y unas instituciones maduras que, en cualquier momento nos van a decir la verdad de nuestra realidad, algo fundamental, y a gobernar la casa de todos.
Lástima que parezcan palabras huecas, las únicas que pueden servirnos.
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