martes, 7 de diciembre de 2010

PLÁCIDO, CINCUENTÓN.-


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Un pase privado.
(O Plácido cumple cincuenta años)


"Les mains en l´air"
Romain Goupil. 2010

Resulta normal, en las primeras etapas de la vida, que el individuo sueñe con conseguir todo aquello que su imaginación virginal es capaz de poner al alcance de sus deseos, es decir de sus sueños. Por mas que estos resulten hijos del delirio del tiempo de la adolescencia.
Luego, el reloj de arena de cada uno, le va avisando de que las horas deben ser inexcusablemente empleadas en tales y tan absorbentes labores de supervivencia, que aquellos deseos de los años tempranos, van quedando en la sombra de la huella de lo que fue un borrador de una ilusión, en la nada.
Solo que a veces, algunas veces, el cantor tiene razón, como dice la canción, y de manera imprevista, en una fase de la vida donde el individuo consigue sus anhelos o deja de conseguirlos, con identico asombro y estupefacción - es decir ninguno- como quien ve llover al quinto día del monzón, el milagro aparece.
Algunas y raras veces sucede que, aquel sueño inalcanzable, por puro disparatado, en los tiempos de la fantasía juvenil, llega a hacerse realidad como si de un evento cotidiano se tratara.
En mi caso, como es natural, el hecho extraordinario tiene lugar por mi adicción al cine.

Y no, no es que al fin recibí las cartas con que Marilyn respondió a las mías. No es eso.
Siempre envidié a los más privilegiados entre los espectadores de cine, que no eran ninguno de los invitados en Hollywood a los preestrenos, para modificar el final o la duración de la película según la medición de los jugos gástricos de los susodichos. Aunque tampoco me hubiese importado. Pero tampoco.

Mi envidia era de aquellos espectadores que, en privado, en sus aposentos casi, podían elegir la película y el momento en querían contemplarla, aun en el supuesto de que no estuviese estrenada. Estos eran, entre otros cuya existencia no descarto, los dictadores.
Sobre la afición de Stalin al cine, y sobre el terror de los proyeccionistas ante los electrodos de carbón moscovita, se ha escrito y se ha filmado lo suficiente para hacernos una idea sobre lo que muchos desearían ignorar (1).
Pero sobre el placer del cinéfilo, de disfrutar en exclusiva esos minutos de magia, con la posibilidad de dar marcha a atrás, de cortar, de quemar la película, o sus autores si llega el caso, no hemos sabido nada hasta el advenimiento del video primero y del DVD después, cuando la primera parte, la incruenta, de esta forma de disfrutar una película, se hizo popular y asequible.
Aunque nunca es lo mismo, ni siquiera una aproximación. También en El Pardo tenían, una sala intima de proyección donde se pasaban películas, que luego inspiraban guiones a alguno de los espectadores, o que más tarde eran censuradas, poniendo a los responsables en el lugar del cielo o el infierno correspondiente. Así supimos que tras la proyección de “Bienvenido Mister Marshall” su autor dejó de ser sospechoso de comunismo para recibir la peor de las etiquetas imaginables, antiespañol.

Y también era, hijo de la envidia, un sueño que seguro muchos otros compartieron conmigo. Poder ver la película yo solo, o casi. (Tres o cuatro mas, en las filas de atrás, que supuse guardaespaldas).
Y sucedió, como las cosas grandes y las pequeñas de esta vida, sin avisar.

Película en estreno en nuestro país, presentada en el festival internacional de cine de mi ciudad – Si tu ciudad no tiene un festival de cine, múdate- y con la presencia del director y el maestro de ceremonias de la cosa, que previamente me prologaron la proyección, como en los buenos libros, ofreciéndome ciertas claves que, sin afectar a la intriga, enriquecieron considerablemente la experiencia.
Posteriormente a los últimos títulos de crédito, compartieron su tiempo conmigo aclarándome algunas dudas y rematando el envoltorio de la obra de arte. Preguntas que hice en castellano por cortesía, y que el director me contestaba en francés, siendo unas y otras, amable e innecesariamente traducidas por un señor que cobraba por ello. Los otros tres que estaban a mis espaldas, calladitos, como debe ser.
A mi pregunta de por qué no aparecía la tal Losange en toda la película cuando el titulo inicial “Le film de Losange” daba a entender una historia personal, no supieron responderme aunque pusieron en evidencia que, tampoco, andaban sobrados de sentido del humor.
En plena euforia, sintiéndome mitad zar, mitad gallego, o mitad napoleón, por aquello de que el frío glacial de la sala vacía me impedía sacar las manos del bolsillo delantero del chaquetón, no hacia más que rememorar el regalo navideño que me hacían con un mes de adelanto, al hacer realidad los sueños secretos de un cinéfilo impenitente.

No hace falta decir, aunque lo haré, que la película ganó el primer premio del festival, y que la diferencia con el resto de postulantas, algunas que también pude ver en parecidas condiciones, era palpable. Cine comercial francés con la etiqueta de social, progresista, y con la imagen final de que un mundo mejor es posible si nos lo proponemos solo un poquito. Bien está. Me doy por satisfecho. Aunque las endorfinas que me liberaron la consecución de un sueño largamente olvidado, me dejaba pocas posibilidades de disfrutar la película con la debida indiferencia.

Otra cosa es la analogía que el villano ingrato, e irredento, que llevo dentro me hizo sopesar durante horas y días después de semejante evento.
Que sin ser tu marido, ni tu novio ni tu amante, yo soy quien mas te ha querido y con eso tengo bastante.(Rafael de León).
Algo así. Que sin ser dictador, ni banquero, ni siquiera concejal, he dispuesto de los mismos lujos de ellos y sin reparar en gastos, mas de medio millón euros dicen, que estos siempre los vais a pagar vosotros. Los vamos a pagar todos.
Y estoy hablando en un tiempo marcado por una situación de tristeza indeleble, esa en la que la pobreza entra en la calle mayor huyendo de su perseguidor inmediato, la miseria.
Pólvora del rey en un lugar donde al menos uno de cada tres trabajadores ya no lo es, donde la deuda de todos los fuegos artificiales de los últimos diez-quince años, incluso aquellos con pólvora mojada que, como este, solo pudieron contemplarlo los que estaban en primera fila, pesa como una losa, como la losa de nosecuantas toneladas, que en el valle delos caídos pusieron sobre los restos de aquel espectador que encendió, entre otras cosas que no comparto, los deseos de emularlo frente a a la pantalla de la sala exclusiva. Losa inamovible e impagable en décadas, tiempo que destinaremos a sufragar parcialmente los intereses, a negociar la quita, a negar la quiebra, la falta , a aplazar el efecto comercial que Plácido, el de Berlanga, quería finiquitar el día de Nochebuena.

Nunca me he sentido mas identificado con aquellos personajes, las víctimas de la campaña “Ponga un pobre en su mesa” como con este pase privado. Me he sentido como el pobre que come bien por un día, en una mesa ajena.

Solo que, llevaba tanto tiempo convencido de que no hay pobres, de que la justicia social había relegado a la compasión forzada, a la falsa caridad provinciana al baúl de los recuerdos; de que las instituciones públicas son de todos y que jamás, bajo ningún concepto iban a despilfarrar en champán francés, pagado con dinero de los prestamistas, el dinero que vamos a necesitar mañana mismo para dar de comer, por justicia y no por caridad, a los que hemos firmado, sin saberlo la letra impagable del humilde motocarro de Placido, que se me atraganta la Navidad.
Tanto tiempo equivocado que, como la Concheta, que fue viuda antes que esposa, me veo escupiendo las peladillas, robadas por otros de la cesta, y que mi dentadura no acierta a negociar.

P.D.-
1.- La deuda es un concepto incomprensible, siempre que se piense que es ajena.
2.- Nos han cerrado el único cine de culto, el cineclub, que había en la ciudad, por falta de presupuesto. Y esto, hasta me parece bien.
3.- Ved “Plácido” o volved a verlo. Es el mejor regalo de Navidad que os podéis hacer. Y es barato.
(1).- The Inner Circle. (El Circulo Interior) 1991.Andrey Konchalovskiy

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