viernes, 9 de diciembre de 2011

LA DIGNIDAD DEL NAUFRAGO.-


Cuando se intentó, algo imposible, castellanizar el novísimo termino” blog”, invitando a los usuarios a utilizar su equivalente mas oportuno a priori, como es el de “Cuaderno de bitácora” se cometió el mismo error que cuando al coctel se quiso llamar combinado, idéntico al de todas aquellas situaciones erróneas, similares y frecuentes, en las que los doctos artesanos de la lengua terminan por rendirse ante lo inevitable.

Tan solo el pueblo llano con su sabiduría telúrica logra a veces el sinónimo adecuado “pelotazo” para el coctel por ejemplo. En el resto, termina imponiéndose el palabro original. Supongo que santificados por los brujos de la academia, quienes creen justificado su sueldo al reconocer legales, en castellano, las palabras como coctel o blog, entre otras miles que llueven incesantemente desde el lejano lugar donde ellos, los otros, siguen inventando; haciendo bueno el consejo unamuniano.

Y no es que sean malintencionados o torpes a la hora de buscar una entre tantas, de nuestro idioma, que defina certeramente el significado del modismo en cuestión. Es que, generalmente, parten de la falsa premisa de confundir su mundo, el de los sabios en el templo de la sabiduría, con el pueblo a quien va dirigida la lección.

El caso de blog, resulta paradigmático. Evidentemente, la presunta respuesta, hace referencia a cierto eufemismo que se asocia al mundo Web –la Red para los exquisitos- cual es el de la navegación sideral. Navegamos por Internet –supongo que tampoco han conseguido sustituto- y por tanto nada mejor que el símil náutico. Y El cuaderno de bitácora, donde el navegante anota las incidencias cotidianas de su viaje, parece perfecto. Pues no, señores.

La mayoría, supongo, de los usuarios de Internet, que a su vez son la mayoría de los súbditos de su majestad, somos de tierra dentro, miren por donde. Y no es solo que nos extrañen los términos asociados al yatching, al surfing –tambien web el palabro- y al Ocean Cup de los habituales de la jet – tambien aceptada por el vulgo- y presuntamente amigos o incluso colegas de los amos del lenguaje, es que además, no hemos flotado jamás en artilugio mas grande que nuestro bañador y en volumen acuático superior al de la piscina municipal. Y ello por mencionar a los que osan de semejantes temeridades. El resto de los mesetaríos tememos el mar y, desconocemos el significado de las palabras raras que a el, o a ella, se refieren.

Ciertamente, bitácora no me resulta más familiar ni más aceptable que blog. Y es que, además, los expertos introductores en las aventuras del mundo húmedo, como Salgari o Conrad, siempre tuvieron cuidado de no atosigar a sus lectores con un vocabulario extraño y alejado. No es hasta Makrol el Gaviero –tuve que aprender que cosa era un gaviero-, hasta que Álvaro Mutis y otros introductores en el oscuro mundo de la terminología marinera, cuando aprendo que la cuaderna es cosa distinta del cuaderno y que este malamente va a sustituir a la palabra, horrorosa, blog.

Pero es que además, yerran al escoger en la panoplia marítima la figura adecuada para la metáfora, función especializada de tan excelente institución.

Como todo el mundo sabe, incluso los de secano, el cuaderno de bitácora es un registro escrito, un diario que el capitán escribe solo para unos pocos, los armadores y acaso las autoridades marítimas, mientras que el resto de la tripulación se queda a oscuras sobre los párrafos del amo de la bitácora. No sirve para impostar el concepto de blog. En absoluto. Y así les ha ido.

Por otra parte los blogs tienen una función, preciosa por cierto, que va mas allá de la crónica con intenciones de difusión, si no universal, al menos libre y gratuita, de la crónica del navegante.

A mi entender, llevan oculta, pero cercana a su superficie, la imagen de naufrago que el timonel no puede separar de sus sueños desde que sube por primera vez a un barco. Implícita o explícitamente el escritor de blogs está lanzando al mar, en cada viaje, mensajes dentro de una botella, y es la forma que tiene de pedir socorro, de romper el terrible muro de la incomunicación, y de seguir navegando con la esperanza de que en el peor de los casos, alguien, en algún momento y en algún lugar, recogerá la petición de auxilio, dará cobijo a sus ideas, y quien sabe si enviará a alguien, correo electrónico mediante, en su búsqueda.

Es mas, existe en todo naufrago virtual, el presunto exceso de dignidad del que rechaza la ayuda de los que le ofrecen un pronto rescate. Con el increíble, para nosotros, pretexto, de que no están a su altura, alegando cualquier tópico desfasado sobre raza, religión, sexo o clase social, que tan vigorosos estaban en la epoca de los relatos de aventuras oceánicas. Hoy, afortunadamente no existen semejantes pretextos, o si existen están mal vistos, políticamente incorrectos. Pero de lo que no tengo la menor duda es que la palabra dignidad se escribe con minúsculas desde hace tiempo, y hasta me congratulo de ello. Ha sido una de esas virtudes menores y si me apuráis innecesarias que se han usado habitualmente para hacer daño, mucho, a los demás, sin necesidad de generar remordimiento alguno.

Aunque ello no es óbice – véase diccionario – para que el naufrago tenga su corazoncito, sus deseos íntimos que le hagan esperar, demorar su rescate por aquellas almas gemelas que comulguen con sus ideas, y no desear en absoluto la relación, con cualquier receptor anónimo del mensaje vitrificado.

Pero lanzar botellas al agua es lo que tiene. Aún en la seguridad de haber impermeabilizado su contenido - nada como el corcho para tal menester- debemos pensar en la infinitud de la superficie marina y la universalidad, miles de millones, de almas que navegan en la red virtual. Aquí los deseos del que arroja una botella tras otra deben ir envueltos en la modestia, en la fe en el azar que todo lo puede, y en la compulsión de su instinto que le obliga a repetir esta acción desesperada, una y otra vez, con la única satisfacción de sentirse vivo.

Supongo, además, que esa es la suprema dignidad del naufrago, la de luchar todos los días por su supervivencia.

Si, además debe, necesariamente, vaciar cada botella para poder usarla como paquete postal, y esta está llena de buen oporto, de amontillado o incluso de ron de la barrica de John Silver pata de palo, si acepta que hay que vivir la vida y disfrutarla, por encima de los deseos insatisfechos y de las impertinencias, insignificantes, de cada dia, entonces se encontrará esperando dignamente- otra acepción, diferente, de la palabra-, y sin prisa alguna , a que la botella llegue, o deje de hacerlo, al destinatario perfecto.

No, no estoy proponiendo que se cambie la palabra blog por “mensaje en una botella” que es excesivamente largo y tan impronunciable como el horrendo blog.

Tan solo me he dado un gusto. Disculpad.



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