viernes, 2 de diciembre de 2011

DIARIO DE UN SENDERISTA EQUIVOCADO . III.-


Anduve por el GR 113.-

Camino natural del Tajo. 1080 Km desde la Sierra de Albarracin, hasta Lisboa

DEL LABERINTO AL TREINTA.-

Sin necesidad de GPS, ni de Ipad que muestre el punto en que te encuentras y el mapa con todas las salidas que el laberinto de lo desconocido, el campo, pone a tu alcance. Tan solo la vara en la mano derecha y la botella pequeña, de agua mineral en el bolsillo con la esperanza de poder rellenarla con agua virginal todas las veces que sea preciso.

Cierto es que necesité recorrer un pequeño trayecto hasta alcanzar el punto de la ruta que había divisados desde la carretera un par de días antes. Una línea roja que atraviesa la comarcal y sobre la que, aquellos motoristas que la contemplen deberán adivinar su significado, de lugar de transito sagrado, con prioridad absoluta para los bípedos como un servidor. Lo de que deben adivinar se hace extensivo no solo a los automovilistas extrañados de señales y colores nunca vistos ni recogidos en los manuales de conducción, también los senderistas deben suponer casi todo, puesto que ni el ministerio, ni la dirección general de la cosa ha publicado mapa alguno del recorrido ni de las etapas. Tan solo se han gastado hasta el último maravedí en su empeño de terminarlo antes de que los acreedores comiencen a llamar a su puerta, y solo los rumores de los internautas, las leyendas de aquellos que, dicen que, la han recorrido, nos hacen creer en semejantes proezas. 1080 kilómetros. Etapa 17, la mía 56 Km. entre Cañaveral, orilla norte junto al puente de Mantible –mitológico fetén- y Mata de Alcántara, en la orilla sur del Tajo.

No, no se llama Mata, porque haya sido fundada junto a un matorral. Mata es un apócope de matanza y es que allí veneran todavía los restos de decenas de victimas de la intolerancia religiosa, inapropiadamente llamados mártires, con el objeto de echar balones fuera, de alejar la responsabilidad de quien los envió al matadero a la vez que congratular al personal con el premio que sin duda recibieron en el mas allá hace unos seiscientos años, mas o menos.

Encuentro la línea roja en cuestión, y después de unos doscientos metros en sentido equivocado – es decir alejándome de Lisboa- recapacito, miro la dirección en que se encuentra el sol, pienso hasta en mojar el dedo índice y elevarlo, como he visto en las películas, y finalmente opto por lo único para lo que estoy medianamente capacitado, leer el cartel. Media vuelta.

Los primeros kilómetros son realmente acogedores, camino esplendido, de escaso desnivel, amplio como merece la calzada real por la que transcurre, y amable, al mantener en el horizonte la moderada cercanía del pueblo desde donde he partido. Amabilidad que a partir de una cierta insistencia se convierte en desasosiego, que se transforma en irónico desdén cuando compruebo que, después de circunvalar la población de la que he salido, un giro brusco me introduce en ella y, siguiendo las marcas del suelo, de los postes y las piedras, llego justo a la puerta desde la que había iniciado el trayecto unas horas antes. Me rio del tonto que llevo dentro y, sin contarlo a nadie para no confirmar sus sospechas, continuo andando. Me temo que en el juego de la Oca, que es esta vida, he vuelto a caer en la calavera. Vuelta a empezar.

Paso junto a las minas de wolframio, de las que el marido de Hexe -véase anterior episodio de la saga- hizo fortuna exportando mineral hacia el Eje, o hacia los Aliados según la demanda del mercado, y recorro campos de almendros, de olivos y de vides de lo que antaño debió ser la Itálica famosa.. Ay Fabio que dolor. Miles de años entregados a la tierra que poco a poco va recuperando su aspecto original, en el que nadie o casi nadie pude encontrar en el magnífico y otoñal horizonte que tras cada curva aparecía ante mis ojos.

Nadie, ni siquiera el ovejero- el perro de la canción de Larralde que es el único que fue a despedirlo cuando se fue de la estancia- tan solo la placidez del silencio, la suave brisa de aire tan limpio que temo respirar a fondo por miedo a intoxicarme con algo sin contaminar, al no haber tenido contacto con él en tanto tiempo. Las nubes que presagian sin prisa alguna el cercano tiempo de la lluvia, y el balido lejano de un rebaño, el único colectivo familiar que encuentro a lo largo del periplo.

Y cuando el reloj que todos llevamos dentro, mas o menos bajo el corazón, a la altura del estómago, comienza marcar la hora esa en que la necesidad hace imperativa la mesa, me planteo la necesidad de buscar el camino de regreso para llegar a tiempo a tomar las once, que en realidad son las catorce y que, junto a la siesta constituye el par de actividades humanas, con cierto viso religioso, cuya asistencia no pienso transgredir, mientras pueda.

Curiosamente el pastor, único ser humano con el me cruzo en el camino, tiene tal aspecto de universitario harto de buscar trabajo infructuosamente que, logra inducirme la sospecha de que en realidad sea un profeta, premonitorio evangelista, que me anuncia el futuro que está al caer.

Sus palabras educadas y precisas y su intención de facilitarme el regreso con la mayor premura hacen el resto. Me indica que, después de la segunda intersección de la heroica ruta, abandone esta con dirección al Sur, es decir siguiendo el sol –señal infalible para los navegantes- hasta encontrar otra vez la civilización, es decir el peligro de los automovilistas cretinos, inmersos en un puente demasiado largo, y la carretera comarcal sin arcén alguno y de la que tendré que saltar en dos o tres ocasiones hacia el campo adyacente intentando errar la puntería de los caballeros motorizados que una y otra vez, infructuosamente, lo intentan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opinar es una manera de ejercer la libertad.

Archivo del blog