Brother can
you spare a dime?
¿Hermano, puedes darme una moneda?
Película semidocumental del año 73 en la que se revisaba la Gran
Depresión, apoyada en el título de una canción representativa de la indignación
(Oh) de aquellos que tanto habían dado por su país, mientras este negaba el pan y la sal a los pobres (casi
todos). Película solo apta para algunas
salas de arte y ensayo europeas – ni el blanco y negro, ni el documental, ni la
miseria, estaban de moda - y para algunos canales televisivos de escasa
audiencia.
http://www.youtube.com/watch?v=eih67rlGNhU
(Versión de Bing Crosby).
En nuestro país tuvimos un episodio similar con la cinta de
Basilio Martín Patino, “Canciones para después de una guerra” 1974, con un
éxito aceptable de público debido a dos palabras harto sugestivas en su título.
Canciones eran las quince o veinte coplas que la convertían en precursora del
videoclip, y que doblaban la cantidad de piezas habituales en las películas de
Marisol o de Joselito. Tenían su público. Lo de la guerra continuaba siendo una
referencia abstracta a un mundo paralelo e innombrable. Algo así como el mundo
que reflejaba Ray Bradbury en sus crónicas marcianas, con la diferencia de que
muchos españoles habían estado realmente allí.
(La bien pagá. Miguel de Molina. Siempre
crei que la bien pagá era aquella patria-nación que como el rosal, necesita la
sangre humana para florecer. Todavia no tengo claro que sea otra cosa. Para el
paisano Miguel tambien lo fue, a su manera).
En mi experiencia, al acompañar a la sala a algunos
supervivientes, pude comprobar lo desagradables que les resultaban aquellas
imágenes que, además de dolorosas, eran la enésima dosis de la propaganda
oficial –NODO - absoluta y excluyente
durante las cuatro décadas anteriores.

El blanco y negro quedó marginado y especializado en cierta
fotografía artística que aportaba el claroscuro, los matices infinitos de ese
color inexistente al que llamamos gris, y el toque del autor que buscaba la
huida del realismo, coloreado, a cualquier precio. Efímera, como todas las
modas.
Había, no obstante, otro reducto exclusivo para el blanco y
negro, y era la ingente base de imágenes, fijas o en movimiento, que recogían documentalmente
la vida en nuestro planeta desde finales del siglo diecinueve.
Y, en nuestro caso, el añadido del retraso endémico en incorporarnos a
la tecnología de última hornada, que suele ser la más costosa. Nuestros fotógrafos
siguieron disparando imágenes en treinta y cinco milímetros, ASA 100, y por
supuesto, en blanco y negro.
Si nos limitamos a los fotógrafos de cabecera, al de la
aldea, excluyendo a los afamados artistas de la capital o al de los free lance
émulos de Capa et cols., nos encontramos a paisanos como Virxilio Vieitez. Que
no hacia fotografías de propaganda, que no aspiraba a la celebridad de las
revistas elegantes, o a contratos de agencias extranjeras, no. Únicamente
fotografiaba a sus vecinos, por encargo, y con ello ganaba su sustento. De aquí
surge una modalidad de realismo alejada de la finalidad de impresionar, o de
convencer de algo, al espectador. Tan solo rememorar, gracias a los negativos
que se han salvado, una época y un país. Bastante cercano y bastante más amable
que los tiempos aquellos. La vida sigue, la felicidad también, y la gente guapa
lo será siempre. Podemos comprobarlo.

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