viernes, 29 de diciembre de 2017
FELIZ AÑO NUEVO .-
La mala:
Este año no ha venido Placido. Con lo oportuno que hubiese sido ambientarnos en la Tarrasa (o Manresa) , de cuando así se denominaban.
La buena:
Ha vuelto Clarence, se ha ganado otro par de alas, y nos deja excelentes consejos para el 2018.
La música, como la felicidad, se crean dentro de nuestra mente. Solo es necesario desearlas.
No os importe la ausencia del sonido o la sencillez del color.
Con la caja de lapices Alpino que nos va a caer un dia de estos, será más que suficiente.
! Nos deseo mucha salud y abundante baile para el próximo
año !
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miércoles, 27 de diciembre de 2017
NABOKOV EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 35 .-
“Uno de los cinco
grandes del siglo veinte, el cazador de mariposas” es la
descripción de Nabokov según Cabrera Infante, quien no se digna a
citar los otros cuatro, y nos obliga a ubicarlos en su parnaso por el
mero descarte, después de escudriñar los miles de denuestos que
adjudica al resto, a aquellos que no son grandes.
Desgraciadamente
infravalorado entre nosotros los castellano hablantes, debido al
fenómeno “Lolita” y, lo que es peor, a la extraordinaria
película de Kubrick. Error grosero, pero parcialmente justificado si
consideramos que el orto y eclipse de su obra son debidos al citado
título, con el agravante temporoespacial de que aquí, la mayoría
de sus novelas habrían sido -o quizás lo fueron- condenadas, en la
penumbra de incienso y plomo de aquellos años, con el peor de los
calificativos, el del escándalo.
Y ese calificativo de
erótico e incestuoso, de lúbrico y lascivo, ha sido la causa de su
descubrimiento para un público reprimido en sus instintos primarios,
años cincuenta, que estaban necesitados de recrearse en la supuesta
perversión ajena para exorcizar, o quizás alimentar, sus demonios
interiores. Ignorando lo divertido del texto, el humor inteligente y
omnipresente , con el cual impregna el escritor todas y cada unas de
la páginas, evitando siempre cualquier atisbo de mal gusto o la
ausencia, de compasión implícita hacia sus personajes.
En mi caso, quizás
apremiado por Cabrera Infante, ha sido la lectura de “Pálido
Fuego”, la que ha abierto la espita del conocimiento y la
adscripción vitalicia al club de seguidores incondicionales de
Nabokov.
Comienza
con un poema, no excesivamente largo, pero si absolutamente
ininteligible, algo habitual en la traducción de cualquier obra
poética. No resulta posible cambiar el idioma de los versos sin que
pierdan su belleza, salvo que encontremos figuras como la de Nabokov,
quien escribe en ruso hasta los cuarenta y en inglés desde entonces,
profesor de literatura francesa en universidades americanas, en las
que llega a dar cursos sobre “El Quijote” entre otros clásicos,
quedando en riesgo de verse: “virando
hacia la literatura inglesa, donde tantos poetas frustrados acababan
como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios”
según
sus infundados temores. Encontrándose en un país donde el New
Yorker seleccionaba y difundía, y sigue haciéndolo, los valores
emergentes de escritores aspirantes a la grandeza literaria.
Es en ese ambiente, de
campus semiocultos por una naturaleza tan cercana como amable,
enriqueciendo su colección de mariposas, de las que Lolita sería
metafóricamente uno de sus más admirados ejemplares, donde
transcurre casi toda la historia de “Pálido fuego”, en dobles y
triples saltos mortales, de los que el lector no queda exento, al
menos si intenta integrarse en el relato, en la intencionalidad
atribuida a los versos por el narrador, o en el trasunto certero de
otra historia, la realidad, que suele perseguirnos y que siempre nos
alcanza. La Wembla imaginaria de Nabokov, comienza a tomar una
ubicación geográfica en cuanto seguimos la hégira del
protagonista, el alter ego del otro, el narrador.
«¿Es usted
trotskista, entonces?», sugirió sagazmente en 1940 un escritor
izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no
estaba ni con los soviets ni con ningún zar. “,
cuenta Nabokov en una de sus innumerables diatribas contra ciertos
críticos y otros tantos lectores acríticos.
En un penúltimo
movimiento en el tablero, salta a Suiza para, desde allí, reordenar
y organizar la traducción de sus novelas rusas, de sus cuentos, que
nos obligarán a bucear felices en ellos con la motivación más
primitiva de cualquier lector, la diversión. No sin antes priorizar
la lectura de “Ada o el ardor”.
Indiscutible maestro en
poesía, metafísica, moralismo, historia, costumbrismo o disección
de autores ajenos por un entomólogo experimentado, y siempre bajo el
filtro del humor inteligente, del genio que te deslumbra en un
párrafo y en otro, que te hace subrayar página tras página y te
justifica plenamente el aserto del cubano deslenguado, el estar ante
uno de los cinco grandes.
“Lo
que yo procuraba recoger con desesperación era el aroma de una
nínfula mientras ladraba entre el sotobosque de oscuras selvas
marchitas.”
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domingo, 24 de diciembre de 2017
FELIZ NAVIDAD.-
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viernes, 22 de diciembre de 2017
LAMENTO BORICUA.-
A mi me pasa… lo mismo que a usted.
Me siento solo… lo mismo que usted.
Paso la noche llorando, paso la noche esperando…
Lo mismo que usted.
(Tito Rodríguez)
Y el bolero se hizo verbo y quedó entre nosotros, con su
tempo amable y su acompañamiento instrumental asequible a quien tiene una
guitarra al lado y a alguien dispuesto a colaborar con cualquier improvisada maraca.
Anterior a la electrificación musical y a la identificación del vatio con el
volumen sonoro, alejado este también de sus orígenes y actual omnipresencia en
forma de luz, calor y energía para los aparatos electrónicos que nos resultan
imprescindibles, el PC – que en tiempos significaba otra cosa- y de su fruto
vital, la web, la red de la que no podemos despegarnos.
Tan alejados del bolero y sin embargo tan cercanos, tan solo
cambiando el significado de sus versos, su finalidad original, y adaptándolo a
nuestras vicisitudes cotidianas, aun conservando el fondo musical, su base de
karaoke vital que, espero no me falte nunca.
Estamos presos de patas en él, en Internet, como las moscas
en la fábula de Samaniego, nos dejamos atraer por el conocimiento instantáneo
de los asuntos colectivos, de la política como interminable comedia patética
–autodefinición personal de Woody Allen-
y nos sentimos participes imprescindibles por el mero hecho de devorar
titulares o columnas de diez, o veinte, medios afines a nuestra –presunta-
forma de pensar. Presuntamente nuestra y realmente de ellos, de los que
escriben para que asintamos, y disfrutemos empantanados en el muladar (1) como
moscas presas de patas en él.
Ahí queda, en las redes sociales, activa o pasivamente, en
todo caso ineficaz, la participación del individuo, del presunto ciudadano, en
la vida política, en la actividad democrática del país, para algunos estado,
para otros patria.
Absolutamente imposible levantar la cabeza o intentar emitir
opinión que no sea el eco buscado y dirigido de la oficial del partido en el
poder, o en trance de serlo.
En mi ciudad son solamente setenta y cinco los militantes,
los socios acreditados, del partido hegemónico y, por tanto, los que imponen su
voluntad sobre los cuarenta mil que se sienten solos… lo mismo que usted. Este
hecho, lejos de anecdótico, es solo la versión domestica, autárquica para los
portugueses, de las otras cubiertas antidemocráticas de la sociedad, sea en su
versión autonómica, estatal o paneuropea. Más de lo mismo, escuchar y agachar
la cabeza, la dolorosísima lección
aprendida de los padres y los abuelos que pagaron muy caro el creer que podría
ser de otra manera.
Nos quedan los hilos más débiles de esa red de opinión y
conocimiento al alcance de nuestras manos atrofiadas por el desuso, la
posibilidad de participar en foros, en chats, o en pizarras digitales y
evanescentes, a riesgo de ser expulsados –baneados- de compartir nicho con
maleducados anónimos o, incluso, de ser denunciados y condenados por quien o
quienes se den por aludidos y ofendidos. Reo (2) del delito de odio, por dios,
si de lo único que me quejo es de pasar la noche llorando, la noche esperando,
lo mismo que usted.
“Tú sin él no eres nada”, leía en el neocatecismo del
monseñor, y jamás pude pensar que se estaba refiriendo al partido, a cualquiera
de ambos, ya que el destinatario de la admonición me quedaba bastante claro.
Supongo que no soy la única víctima de esta situación de
automarginación ciudadana, fuera de los “cauces” oficiales, como si la vida del
individuo no sufriese suficientes estancamientos, épocas torrenciales y
periodos de sequía, para tener que dar por bueno el transcurrir único y
verdadero, el oficial del partido, tan alejado a veces del conjunto, y del
futuro de la sociedad, como estamos viendo, o a punto de contemplar.
Renunciamos tiempo ha, a la utopía, a que nuestras plegarias
fuesen atendidas – por quienes nos rodean – a sabiendas de que sobre las otras,
más nos vale que sean desatendidas como bien dijo la santa. Escarmentados y
escocidos, todavía, de aquello, miramos alrededor, buscando cabezas emergentes,
cuellos estirados a la búsqueda de quienes estén sufriendo lo mismo que usted,
y solo encuentro con ellos un lugar común, las patas pegadas en él.
Y es que son tantas las falacias, los fraudes, sobre los que
está montada esta farsa, que va llevar tiempo, espero que sin hostias, el ver
como se secan, se caen, y son retiradas por el viento otoñal que, por cierto
hoy ha terminado. Tendremos que esperar a la próxima temporada climatología,
que esa al menos es implacable y totalmente independiente de los poderes
fácticos o fascistas como ahora nos llaman quienes lo son. Más antiguos que el
bolero, ya digo.
(1).- El muladar de mi infancia jamás tuvo ese nombre. Lo
llamaban “El mataero de los burros” y servia para arrojar los cadáveres de
animales y para que los niños contemplásemos como los buitres y los
cuervos se presentaban entre nosotros ocasionalmente,
haciendo vida aparte el resto del tiempo. El que uno se identifique con los
carroñeros o con los finados, mulos (muladar) o asnos, ya es cuestión
metafísica de cada cual.
(2).- Reo. Pez de talla media que no suele superar los 120 cm de longitud total y 30 Kg de peso, aunque en
España raramente alcanza los 60
cm.
Prácticamente desaparecido, el pez de rio que nos vió crecer
desde el plato, fritos o en escabeche.
Hoy tiene otro significado la palabra. Una consonante y dos
vocales.
(3) – Epílogo excusado. (Excusado: adj.
Innecesario o inútil. “Excusado es decir que puedes venir cuando quieras”:
Todo esto sucede en mi Puerto Rico soñado, de donde nos
llegaron Tito Rodríguez y sus boleros. (Este lo escuché de Feliciano. Hoy la
red dice que la canción es de Palito Ortega, de Rocío Durcal, o de vaya usted a
saber. Ni caso).
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jueves, 14 de diciembre de 2017
ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (89)
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domingo, 10 de diciembre de 2017
LA MIRADA ATENTA.-
De alguna manera la relación del lector ante un texto que va a leer, o la del espectador ante una película, es muy parecida a la habitual relación entre los humanos. Esperamos hablar y escuchar, ser escuchados cuando exponemos nuestra opinión o nuestros deseos.
En el instante en que se
rompe la interactuación de ambos, incluyendo a aquellos que exigen una comunicación bidireccional, reciproca, la relación
desaparece. Al menos lo hace en el sentido fundamental de la misma,
la que se entiende sucede entre iguales, humanos libres.
Esta ruptura es más
frecuente, me temo, de lo que sería deseable, no solo para mantener
las normas sociales, sino para el desarrollo mutuo de los individuos
que hablan y escuchan, bien diferentes de aquellos que hablan o
escuchan, y nunca ambas cosas alternativamente.
En el ambiente coloquial
entre amigos, compañeros de trabajo, y por supuesto el familiar,
esta regla no escrita resulta de vigencia fundamental. Aquellos que
tienen tendencia a perorar indefinidamente, sin ofrecer la menor
ocasión, ni interés, por la opinión del interlocutor, suelen tener
un futuro social donde la auto marginación suele aliarse
exclusivamente con las benzodiacepinas, a medio o a largo plazo.
Curiosa e
inexplicablemente, ofrecemos nuestra servidumbre incondicional, como
meros oyentes, mudos vasallos de quien expone ante nosotros su
versión de la vida, siempre que lo veamos escrito en un texto o
proyectado en una pantalla.
Este flujo unidireccional
permanente no nos enriquece en absoluto, no fuerza nuestro intelecto
más allá de la aceptación gozosa o del rechazo sobre la obra y la
consecuente búsqueda o censura de la próxima del autor que nos haya
satisfecho con su historia, que casi nunca es la nuestra.
Ese todo fluye ante
nuestra retina se convierte en una perdida irremediable de nuestro
preciado tiempo -que es finito- y lo que es peor, en un embotamiento
intelectual, una renuncia a poner nuestras ideas a la altura de las
del escritor o del cineasta.
Parece algo irremediable,
el tu das y yo tomo, y además pago; pero existe la capacidad de
discriminar la calidad y la cantidad -no menos importante a la hora
de disponer de una meditada respuesta- de aquello que vamos a digerir
día tras día.
Extrapolar la lectura o la
cinefilia a las inevitables e interminables horas televisivas, y la
exposición ante mensajes de ínfima categoría moral e intelectual,
parece obvio. El que esa exposición , unidireccional, mantenga y
perpetue la incapacidad de respuesta por parte del espectador,
también.
Por ello, uno busca,
infructuosamente casi siempre, el milagro que sabe oculto, entre
centenares y millares de libros, de películas, aquel o aquella que
necesita de su participación, de su reacción, imprescindible para
establecer esta relación bidireccional de la que hablaba al
principio.
Y a veces sucede, te hace
creer en los prodigios cuyo eco proveniente de lugares insospechados
y tiempos pretéritos, resuenan en tu cabeza, haciéndote ver con
claridad algo que habías intuido pero que estaba semioculto
esperando la ayuda de la linterna en mano ajena, para esclarecer ese
concepto, esa idea que te hace más rico espiritualmente y que te va
a acompañar desde ese día luminoso.
“Everything is
iluminated” 2005 de Liev Schreiber. Comedia dramática donde un
joven judío americano intenta encontrar en Ucrania a una mujer que
salvó a su abuelo durante la II Guerra mundial, ayudado por por un
excéntrico local.
Las virtudes de la road
movie son innegables, la historia de un periplo en el que la búsqueda
de El Dorado se encuentra enriquecida por todos los paisajes y
personajes que van apareciendo en el trayecto. Fluyen las imágenes,
bellisimas a veces, bajo el humor, propio del choque entre dos mundos
diferentes.
Pero sucede después algo
especial, algo que hacía tiempo no había experimentado este
espectador.
Hay películas que
terminan al poco tiempo de comenzar, te invitan a mirar el reloj
repetidamente buscando el consuelo de comprobar que el soportar esa
banalidad tiene una duración decreciente.
Otras, la mayoría de las
que pasaron el filtro de la crítica y gastaron en su promoción el
doble o triple que en su producción, te dejan sentado esperando su
final, sin más daño ni beneficio que el de las dos horas que les
has dedicado.
Pero es que hay algunas,
excepcionales, tanto como el contemplar el rayo verde en la puesta de
sol sobre el horizonte marino, en las que la película comienza
realmente cuando ha terminado la proyección.
Cuando al poco rato de
acabar los títulos de crédito, me doy un manotazo en la frente, y
me digo:
!Huy lo que me ha dicho!
!Lo que me ha dicho!.
Y de pronto la comedia,
que no lo es, la aventura del joven viajero y su colega ucraniano, el
recorrido semi turístico por un país y un paisaje que nunca vas a
visitar, se convierten en una carga de profundidad que, no llega a
hundir el decrépito submarino donde guardas tus ideas adoptadas o
compradas en los interminables mercadillos callejeros, en los rastros
donde las antiguallas de toda índole han ido rellenando los cajones
de los recuerdos. Pero la sacudida es tan terrible que muchos de esos
cachivaches salen de sus escondrijos y se reubican en una nueva
disposición, de la historia, de la moral, de la vida, y sobre todo
del presente, de ese tiempo cuya actualidad reconoces que ya lo era
en tiempo de tus abuelos, de los tuyos y de los ajenos. Ese es el
descubrimiento de la realidad que nunca lo fue, de las creencias
ficticias que te hacen sospechar de tu incapacidad como espectador,
de tu escucha irreflexiva ante quien hablaba solo, de la necesidad de
reflexionar sobre todo lo que te llega a través de los libros, de la
imagen, de las noticias, y la revelación de que sin tu parte del
dialogo, la que diriges a ti mismo, la historia que has contemplado
va a quedar incompleta.
Diálogos terribles,
cortos e inconexos entre dos jóvenes que desconocen el lenguaje
ajeno, que relacionan con dificultad sus mundos tan diferentes, el
primero que lleva camino de dejar de serlo, y el tercero que por
momentos no lo es. Diálogos que horas después de escucharlos, retumban en tu cabeza con la
precisión de un guión de Billy Wilder, donde nada sobra, donde nada
falta.
Situaciones extrañas,
solo en apariencia, y personajes esperpénticos, que no lo son en
absoluto. Solo sirven para que medites por qué actúan así, tan
diferente a como lo haríamos nosotros, y sobre todo que pienses
sobre quien lo hace correctamente, si tu, el protagonista, o quizás
ellos.
El asunto sugerido como
principal, nunca dejará de serlo, el maldito holocausto, pero queda
en un hábil y discreto segundo plano, haciendo de telón de fondo
sobre lo que te quieren contar, lo que tienes que descubrir, la
ignorancia de los hechos por aquellos que estaban allí, o al menos
sus padres y abuelos. tan cercanos que, la inexistencia de ello en
su memoria te hace sospechar sobre la capacidad del ser humano para
ignorar involuntariamente situaciones tan terribles que se convierten
en no sucedidas por la mera necesidad de supervivencia.
Y no trata de eso la
película, o al menos solo de eso. Trata de la herencia de esas
vicisitudes y de sus consecuencias, por tremendas que hayan sido. De
la asunción por cualquier etapa en las generaciones familiares, de
los pecados y virtudes de quienes les precedieron.
Tantas cosas más que no
dejan de enriquecer las posibilidades de un modo de vida, el nuestro,
sobre el que estamos empeñados en su artificial deterioro.
Tantas costumbres absurdas
que hemos adoptado contagiados por la moda imperial, y por esa
relación de oyente sumiso que nos impide cuestionarnos su sentido.
Tanto es así que, no puedo ni citarlas por aquello de no acabar
lapidado por los creyentes en esto o aquello, en cosas y hábitos que
solo por pertenecer a ese todavía primer mundo, consideramos
perfectamente razonables, o razonablemente perfectas, siempre y
cuando no razonemos en absoluto.
Ciertamente puede verse, y
disfrutarse, como una comedia amable que termina con su final
habitual. En mi caso, agradezco que además haya resultado ser una película
memorable.
jueves, 30 de noviembre de 2017
NOTICIARIO CINEMATOGRÁFICO.- (LUTHIERS)
Ayer volví a Manderley. ¿O
quizás fue a Tralfamadore?.-
Una copia pata negra de Dr.
Strangelove sobre la versión de su cuarenta aniversario, me
pareció el plato adecuado para rematar la cena en un día otoñal
donde el frio y el agua se hicieron patentes.
El blanco y negro de la época
gloriosa de Kubrick, y de Sellers, me invitaban a
repetir el visionado de una obra casi olvidada, cuyo título siempre
me pareció excesivamente largo y desafortunado:
Con lo fácil que es
referirnos a ella como Dr. Strangelove, aunque tengamos que
sufrir la traducción en el subtitulado como Dr.
Extrañoamor. Es lo que tiene ser testigo, como diría
aquel personaje de Almodovar.
La película conserva
idéntica frescura a la de la fecha en que la filmaron, 1964,
manteniendo perfectamente las apetencias sobre el ritmo o la
credibilidad en los personajes propios del espectador de hoy. Esta,
la intemporalidad, es la definición justificativa de cualquier
clásico del cine.
Película bélica, misógina
en apariencia y en el fondo también, supongo, por aquello de que el
humor y su habitual doble o triple sentido no están al alcance de
la intención o los prejuicios de todos los espectadores. Al igual que
su finalidad evidentemente pacifista, que queda en segundo plano,
encubierta por la parodia y por el final fogoso y feliz, al menos
para los amantes del cine bélico.
Pero es que su asunto, su
denuncia sobre la incompetencia de políticos y militares, resulta
hoy de tanta actualidad, como pueda serlo el clima prebélico y
apocalíptico del que gozamos ahora.
Cuarenta años del aviso,
sesenta si nos extendemos a los orígenes de la rivalidad entre
paises poseedores del arma definitiva, y la enormidad de recursos
empleados y desperdiciados en la “defensa” que es la manera
sarcástica con que los poderosos llaman a las armas y a sus
profesionales.
Los comunistas siguen
amenazando al mundo “libre” con sus bombas atómicas.
Ahora desde Pyongyang entonces desde Moscú, y tan
serio es y era el asunto como hilarantes los personajes que
protagonizan la historia, la real que nos asuela y la desternillante
del guión de Kubrick.
Te asombra la persistencia de
que el poder que rige los destinos del planeta esté en manos
inadecuadas, una y otra vez.
Te sonríes sal ver el
histriónico nazi reconvertido en asesor presidencial norteamericano
y recuerdas el documental “ El enemigo de mis enemigos”
sobre la doble vida de Klaus Barbie en su exilio boliviano
bajo la sombra protectora de los enemigos de sus enemigos, gracias a
la complicidad entre nazis y norteamericanos para frenar a los
soviéticos. Kevin McDonald nos explica esta paradoja y otras
varias en su película de 2007. No puedo dejar de aconsejarla.
Por si fuese solamente la
insistencia en grado menor sobre el renacer de los tentáculos de la
pérfida medusa, reseñar que, hoy mismo se ha suicidado un criminal
de guerra bosniocroata, al estilo de los condenados en Nuremberg,
con un veneno que nadie se explica como pudo llegar a su boca.
También aparece en los
titulares la condena a perpetua de “Alfredo Astiz” el
“Ángel rubio”, marino heroico argentino acusado de
participar en la solución final de la dictadura militar,
consistente en arrojar desde el aire a aquellos jóvenes
contestatarios que incomodaron a la plana mayor. Aquí la referencia
se hace literaria, la novela de Bolaño “Estrella distante”
que nos cuenta como el héroe puede ser a la vez un verdugo. Leyes
de punto final y obediencia debida (el comodín eterno), el
terrorismo de estado y la protección de Margaret Tatcher
como prisionero de guerra, que impide otra vez, como a Barbie,
entregarlo a Francia. A releer ese texto prodigioso las veces que sea necesario,
como la película de Kubrick, de la que podría haberse convertido
el angelito en un personaje harto divertido, o como el documental de
McDonald, repetirlos hasta convencerme de que no es verdad lo del
interminable y obsesivo bucle del tiempo este en el que me encuentro,
que no es precisamente el del cordón umbilical intrautero donde las
repeticiones eran siempre gozosas.
En todo caso siempre será
más divertido sumergirse en la ficción, reincidir en los autores
que tienen algo que decir, aun a riesgo de que nos estén contando
siempre cosas parecidas, la impertinente insistencia de los sabios
que nos avisan sobre la piedra del camino, (Camino y piedra era
de Yupanqui, que también nos avisaba el pobre con aquello de
que las penas y la vaquitas iban por la misma senda). Cualquier cosa
antes que perder el tiempo y la bilis contemplando los noticiarios.
Que, aunque el argumento sea
idéntico, al menos la ficción presume de irreal, y nos permite ir a
la cama convencidos de que el horror que desfila ante nuestros ojos
es ciertamente falso, dejando a nuestra voluntad el soñar esta noche
con las penas de Manderley (Rebeca) o el placentero
Tralfamadore (el paraíso creado por Vonnegut para algo
tan necesario como la supervivencia).
PD.-
Recuerdo la soberbia
desafiante de Kubrick al iniciar los títulos de crédito de
Espartaco con el nombre de su guionista, Dalton Trumbo,
condenado al ostracismo por los fascistas del otro lado. Y es que los
genios son soberbios o no lo son, genios.
Avisado de los riesgos de
reivindicar la figura de un comunista norteamericano, sonrió
exclamando:
- !No olvidéis que Espartaco soy yo!.
La pena es que ahora
Espartaco correría el riesgo de ser acusado de populista y de
asuntos peores. Todo es cosa de esperar que la esclavitud llegue a
las cotas de otras veces, algo que, supongo, no desea nadie, ni
tampoco hace nada para impedirlo.
PD 2.-
Cuando busco en Google la
palabra Espartaco, sale un torero.
Y, ni se os ocurra preguntar
ante vuestras hijas por Barbie. La respuesta será desoladora.
Estamos perdidos.
PD 3.-
Manderley es hoy un bed and
breakfast en Milwaukee. Puntuación 4,6 sobre 5.
Me rindo.
lunes, 30 de octubre de 2017
CUADERNO DE BITÁCORA DEL 27 DE OCTUBRE.-
Al pairo.-
Navegar al pairo, o hacerlo con un
velero en calma chicha.
Términos náuticos que aprendimos
gracias a D. Emilio Salgari, y sus “Tigres de Mompracem”.
Lo primero es difícil, mantener
inmóvil tu navío en medio de una corriente. Hay que tener alguna
dote como navegante, y medios técnicos auxiliares con capacidad de
compensar la fuerza de la corriente, además de resultar estos de
limitada o nula eficacia cuando la fuerza del caudal supera ciertos
límites, los tuyos.
Lo segundo es ciertamente imposible,
sin viento el barco de vela se convierte en un mero flotador y sus
ocupantes solo pueden intentar sobrevivir hasta donde les sea
posible, implorando a los dioses, al cielo en su primera acepción, e
incluso a la generosa corriente del golfo, siempre que esta se
encuentre cercana del barco inmóvil, y siempre que el golfo sea
aquel más conveniente para nuestros intereses.
Son dos palabras que inducen la risa a
pesar de su inequívoco y contundente significado, al pairo, usado
despectivamente para cualquier asunto que dejamos de lado, y sobre el
que afirmamos no tener el menor interés en inmiscuirnos. Y la de
chicha, adjetivando a calma, dos bisílabos, con su ch repetida, que
tanto inducen al chiste fácil. Si bien nos coloca esta última calma
en el desasosiego y la frustración al no depender de nuestra
voluntad la capacidad de salir de ella. Aquí el libre albedrío no
ha lugar alguno. Tan solo el llanto.
Estas inefables consideraciones
surgidas del conocimiento infantil, atesorado a través de las malas
lecturas – si hubiese tenido a Heidegger a mano, o mejor a Camus,
otro gallo me hubiese despertado por las mañanas - se convierten en
la luz cegadora y celestial que ilumina la mente más tenebrosa –de
tinieblas- como es el caso.
Sirven para definir con precisión
absoluta la situación política en la que se encuentra el país, y
la de sus afectados- que no desafectos- ciudadanos.
Jerarcas navegando al pairo, temerosos
de que la corriente de los tiempos, que es la del progreso de la
historia, del devenir imparable del día después que, suele venir
siempre a continuación del actual, se los lleve hacia al desagüe
del fregadero, o de la bañera, donde los niños traviesos juegan con
sus barcos a regatas ficticias, haciendo trampas inocentes,
empujando el barco con la mano, o sujetándolo para que no escape,
situaciones inconcebibles en el mar o en la mar, que es como dicen
los poetas.
Curiosamente los niños no juegan
ahora, supongo, a batallas marinas, ignorantes de lo que sucedió en
Salamina y afortunadamente alejados por la distancia de siete
décadas, de las batallas navales de “la Gran Guerra Patriótica”
como fue llamada en el mundo soviético la II WW. Hechos bélicos que
tanto placer dieron a los charcos de mi infancia, enriquecidos por
las heroicidades de Sandokán, y las de los portaviones yanquis.
Curiosamente, también por aquello de
mantenerse al pairo, a nadie se le ocurre asociar el juego de un niño
en la bañera con las “aventuras” de los cayucos y de las pateras
donde perecen, ahora mismo, miles de personas en situación de
desamparo absoluto, y no solo de la literatura, de los noticiarios, y
por supuesto también de la fantasía de los niños y de otros que
parece que no han dejado de serlo.
Todo el mundo al pairo, y aquí no paga
nadie como pregonaba Darío Fo, que fue otro escritor que me pilló a
continuación de Salgari, con sus humanidades ficticias o fantásticas
que no son sinónimas, o quizás si.
En el mientras, en el gerundio infinito
de la calma chicha, nos encontramos todas las victimas, conscientes e
inconscientes, pero en todo caso responsables por inacción de
habernos dejado llevar a un cuadrante del mar donde el horizonte solo
muestra agua y más agua –y sigue sin llover- y los medios
disponibles para salir del punto muerto son nulos.
Esperando que el viento reanude su
labor, la ayuda externa quizás de barcos de otros países, y
temerosos de que la única salvación procede otra vez del golfo o
golfos que, intentarán convencernos de la suerte para nosotros de
ser llevados a sus puertos, para seguir otra vez en idéntico punto
donde nos dejaron, momentáneamente desesperados, en previsión de
que volvamos a pedir socorro, a ellos, a los golfos, a los nuestros.
Cuarenta años gastados para
convencernos de que aquello no existió jamás, ni sus causas, ni sus
artífices, ni sus ejecutores y beneficiarios. Y cuando casi lo
habían -habíamos-conseguido resulta que nanai. Que “aquello”
sigue vivo y que, sorprendentemente, somos nosotros, las victimas,
los culpables del mal que estábamos en trance de negar, de ignorar,
al menos de olvidar. Que dos generaciones completas, no pueden
heredar el rencor, ni mucho menos el horror, sufrido por una tercera.
Aunque sirva la memoria para recordar los baches del camino, los
lugares donde hubo un desprendimiento, o los senderos que no llevan a
ninguna parte, cualquier cosa que pueda evitar el dolor, el peor de
todos, el que se acompaña del recuerdo de idéntico dolor, algo que
lo hace insoportable.
Continuamos siendo acusados de …istas,
no importan las primeras letras, tan solo que enfrente tenemos otro
equipo de otra variedad de …istas, y que estamos obligados a jugar
hasta vencer o perecer en el intento. O eso, o mantenernos al pairo
que, seguramente es un método de navegación en absoluto gratuito,
imprescindible en ciertas ocasiones y, en todo caso asumido, igual
que dejarse llevar por la corriente, o en subir río arriba hasta
reventar la caldera, igual que el Tramp Steamer de Álvaro Mutis,
como parte consciente, informada, motivada y voluntariamente
enrolada, en la tripulación del barco que va a iniciar una maniobra
arriesgada.
Una calma chicha de cuarenta años,
precedida de otros cuarenta, debería ser razón más que suficiente
para que regresemos a los filósofos griegos, o a donde sea
necesario, para encontrar soluciones a problemas tan viejos como
ellos.
“Porque cada una de ellas es
muchísimas ciudades.
Como mínimo dos, enemigas entre sí,
la de los pobres y la de los ricos”.
(Platón. La Républica. libro IV).
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jueves, 26 de octubre de 2017
ESTUPEFACTO Y EXHAUSTO, ME TIENEN.-
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lunes, 23 de octubre de 2017
DI MÁS, BAGHEERA, DI MÁS.-
Hay sueños recurrentes, que aparecen periódicamente, sin frecuencia fija, que te hacen sentir como un personaje dentro de tu propia historia. Suelen estar compuestos de elementos que te resultan familiares y estar relacionados con algún aspecto de tu vida real. Aun sin cuidar ciertos detalles descriptivos con precisión, el decorado y la secuencia del episodio, te hacen ver que la situación es momentáneamente apacible o desapacible, según toque ese día en la cartelera, pero que, en todo caso, estás dentro de tu película.
Los desagradables, a pesar de que por su esencia de manifestaciones mentales en un durmiente, quedan difuminados como las nubes que se deshilachan y desaparecen antes de que consigas aclarar si son cirros o nimbos, son motivos esplendidos para guardar en una carpeta y ofrecérsela después al psiquiatra. En mi caso, entiendo que debo disponer de una cabeza borradora tan inadvertida como inconsciente cuya misión es anularlos antes de que queden grabados, en esa fuga hacia la consciencia que suelen efectuar ellos antes del despertar. Ello me priva del placer de las pesadillas, de alimentar el sadomaso que todos llevamos dentro, oculto sin duda, y que tanta inspiración ha generado a los autores románticos o góticos, o incluso del género de terror.
Hay otros neutros, en tanto que las sensaciones quedan en un segundo plano y se limitan a llevarte por caminos trillados y ambientes cotidianos. Pertenecen estos a la categoría de despreciables por su falta de interés emocional, y te hacen reflexionar sobre la perdida de tiempo en que puede llegar a convertirse el tiempo perdido de los sueños. En todo caso no tienen suficiente entidad para guardarlos en carpeta alguna, ni mucho menos para llevarlos al psiquiatra, bajo riesgo de que este se predisponga instantáneamente contigo o, lo que es peor, te califique rápidamente como alguien tan simple que es incapaz de hacerse daño. Y de eso tratan en parte, los sueños y supongo, los psiquiatras.
El caso es que los míos, desde hace algún tiempo, han entrado en una fase de sesión continua de sábado por la tarde, en horario juvenil, calificación 1, aptos para todos los públicos, o quizás 2, tolerado jóvenes. Sueños amables, repetidos con tal insistencia que uno llega a confundirlos con la realidad cercana, quizás por venir, pero en todo caso posible y, afortunadamente, amable.
Este, que os cuento, es el de un cachorrillo que lleva tiempo dándome la alegría de acompañarme en las horas difusas de la fase REM del sueño. Un cachorro color canela, con pocas semanas de vida, quizás meses -que no se lo he preguntado- , y que no hace más que brincar a mi lado y dejarse acariciar mientras leo en los ratos que me permite su insaciable deseo de juego.
Os lo puedo describir con todo detalle y lo único que voy a conseguir es que me digáis la marca y el modelo, incluso la seguridad del pedigrí por ciertos rasgos definitorios. Pero más allá de la suavidad de su pelo, corto, del color inequívoco de perro soñado, y del calorcito que desprende en mi mano su piel de bebé en ciernes de dejar de serlo, creo que no tiene sentido intentar retratar una sensación que, al fin y al cabo, es la que surge, tomando forma en las imágenes de mi perrito.
Obviamente, se ha repetido varias veces, quizás muchas, y al ser una experiencia benefactora, no he tenido en cuenta el numero de ellas, hasta el incidente de esta última vez, la semana pasada.
En la mitad del sueño, en pleno momento de satisfacción rascándole la tripa al animalito, o quizás intentando que suelte el mordisco del cordón de mi zapato, algo con lo que suele disfrutar y que tanto me cuesta después liberar, he tenido un instante de lucidez, un indicio de preocupación, de responsabilidad sobre el cachorro, y una duda me ha invadido, siempre dentro del sueño, una tremenda duda que me hace pensar si no estaré malcriandolo y, lo que es peor, si podré educarlo más tarde con la necesaria autoridad, después de los mimos prodigados durante tanto tiempo.
El despertar ha sido una doble revelación, por un lado el descubrir que los sueños pueden plantearte con nitidez cuestiones que en la vida real te pasan desapercibidas, y ciertamente cargadas de fundamento, como es el caso. Por otro, y esta es peor, rayando con lo terrorífico, la incapacidad que, presumo, voy a tener, para modificar el desarrollo de esta historia , absolutamente personal, en las sucesivas e inevitables proyecciones de esta secuencia. No puedo saber si seguiré repitiendo el apacible intercambio cariñoso, con la ausencia de disquisiciones de indole moral o filosófica, como figura irresponsable en la educación de un perro en crecimiento inevitable, o si esta progresión en su madurez me será ofrecida en el programa cinematográfico pre-despertar y llegaré a poder convertirlo en un perro de pro, un responsable y fiel amigo de su amo. Prometo contároslo si ha lugar.
Pobre perro, donde ha ido a caer.
viernes, 13 de octubre de 2017
ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (88)
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martes, 10 de octubre de 2017
CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR, O NO.-
Le escuché decir a alguien que, para
conocer una ciudad, o un pueblo, resultaba imprescindible observar
con detenimiento un par de escenarios, el cementerio y el mercado. No
hubo mas explicaciones, y el aforismo que parecía harto sensato no
aclaraba su fundamento, que a poco que reflexionemos se desvela con
la luz cegadora de la sabiduría milenaria de sus inventores. El
pasado, el camposanto, dice mucho sobre cualquier comunidad, tanto en
su ornamentación más o menos florida, en la pluralidad de los
apellidos, descartando endogamias excluyentes, y en el estado de
conservación de sus instalaciones que refleja el buen gobierno
municipal, en el caso de que así sea.
La otra parte, el mercado, quizás sea
absolutamente definitoria de la realidad local, del presente
económico de sus ciudadanos. La variedad de productos y su nivel de
calidad son un reflejo certero sobre el grado de bienestar de la
población.
Hoy día, el viajero tiene poco o
ningún interés por conocer cualquier aspecto del lugar visitado,
aparte de aquellos imprescindibles reseñados en su guía de viajes.
Si bien hasta hace bien poco la información sobre un lugar concreto
de nuestro país –todavía país – solo podía encontrarse en El
Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y
sus posesiones de ultramar (1846-1850) de Pascual Madoz,
algo tan incierto como anacrónico, desfasado por la inexorable
realidad sometida al transcurso de los años, siglos. El tiempo otra
vez.
Y lo que ahora asumimos como
prescindible y falto de interés, resultaba vital para cualquier
funcionario nómada que tuviese que elegir destino, para cualquier aspirante
a sedentario que necesitase establecer su negocio o vivienda, o
incluso para los circos que fijaban las paradas de sus itinerarios
circulares basándose en la rentabilidad de sus etapas. De todo ha
habido en la vida de los transeúntes forzosos, y el tener ojeadores
analizando mercados y cementerios no resultaba en absoluto gratuito.
Hoy quedan totalmente obsoletas estas
referencias, los mercados, desaparecidos forzosamente, engullidos por
los centros comerciales y por las compras semanales o quincenales,
cuando no por las entregas a domicilio; los cementerios condenados a
la inanidad de quien ya no es necesario, pudiendo los dolientes tener
el muerto en casa, guardando sus cenizas en una discreta urna junto
al televisor.
Sin embargo –siempre hay un sin
embargo – podemos observar, a poco que prestemos atención a lo que
ven nuestros ojos, aunque sea de pasada, sin necesitar mucha
intencionalidad en ello, algunos indicios sobre la realidad de los
lugares por donde pasamos, y el como esos indicios, esos hologramas
semiocultos nos están presentando evidencias sobre el nivel
cultural y económico, y lo que es más importante, sobre su reciente
evolución. Si le añadimos su ubicuidad, la repetición de esos
fenómenos que denuncian la transformación, lamentablemente
negativa, de los hábitos sociales, en cualquier ciudad por la que
deambules, por muy alejadas que estén unas de otras, y sin
limitarlas a un país o continente, el reflejo que nos llega resulta
grotescamente aterrador.
Paso por ver en las calles comerciales,
la calle mayor de cualquier ciudad, la proliferación de los locales
que compran oro, la reaparición de los prestamistas que a lo largo
de la historia se han beneficiado de la pobreza colectiva, estando el
oficio historica e injustamente asociado a determinada etnia
religiosa, aunque hoy sea dogma de fe no aceptar la existencia de
etnias y menos religiosas. Supongo que eso fue en otra época y en
otra historia y que, incluso, realizaban una labor social, como la
elevada a nivel institucional en nuestros montes de piedad de
infausto final. Y también supongo que ese es uno de los oficios, el
de prestamista, más viejos del mundo, si no el que más, aunque..
Aunque no me asombra esta nueva versión
del oficio, ni su traslado desde las callejuelas oscuras de las
novelas hasta los mejorados locales, las esquinas de cualquier calle
mayor.
Lo que me ha sorprendido, por lo novedoso, y por el cambio moral en el colectivo que representa, es la externalización de otro viejo monstruo social, la puesta en evidencia sin reparos de tipo alguno, la ocupación masiva en cualquier ciudad de aquellos lugares privilegiados, locales enormes, antaño bancos de postín, o incluso palacios o templos culturales como el ejemplo de la foto que tomé la semana pasada en Palermo. El Gran Teatro Nazional, convertido en… un local de juego. Ni siquiera en la sala de un casino, que también tienen su historia, su corazoncito, y su hueco en la literatura dramática.
Sencillamente convertidos, todos ellos,
en locales representativos de franquicias dedicadas al vicio del
juego, la ludopatía, y en su forma actual, juegos deportivos. Les
falta el segundo apellido, el de benéfícos, como tenían las
quinielas y los montepíos de las cajas de ahorro, pero no han
prescindido del comodín, de la pantalla, del disfraz, deportivos.
Desconozco si el asunto deportivo hace referencia a los partidos de
fútbol, y sus resultados, sobre los que a menudo efectúan las
apuestas, o si realmente la actividad deportiva es el apostar en las
taquillas, parecidas a las de los hipódromos que salen en las
películas, que también los potros y los galgos han sido usados como
pretexto.
En todo caso no se han atrevido con la
etiqueta de benéfico y si han debido contar, miserablemente, con la
tolerancia de las instituciones responsables, que por algún sitio
andarán sus responsabilidades, a la hora de transformar un teatro
esplendido, o miles, en lugares de perdición, que nos muestran el
declive, la degeneración, la decadencia moral, no solo visual, de
los lugares que habitamos.
Vale, hemos desmitificado, y corregido,
el injusto error de nuestros conceptos sobre Sodoma, que falta hacia.
Ahora nos hemos quedado solos ante Gomorra, y solo nos queda esperar
el asunto de la sal, que no se si será como flor, escamas , o sal
maldon. Yo por si acaso no pienso mirar hacia atrás.
No estoy recreándome en la melancolía
de quien ve el paisaje deteriorándose ante sus ojos. Ni mucho menos
amparándome en las doctrinas morales, o en sus restos, para
recrearme en el vade retro del diabólico mal. Al menos no solo eso.
Mi irritación inicial ha sido producida al ver como una actividad
que no aporta absolutamente nada positivo al bien común, al PIB, o
al progreso social, va ocupando paulatinamente una porción cada vez
mayor de la tarta económica de nuestro país - ¿nuestro?-.
Loterías, casinos, casas de juego, están apartando para su
beneficio una parte significativa del capital humano y económico,
sin dejarnos otra cosa que la imagen de un negocio de manos muertas,
no productivas, dedicado a la distribución de otra droga legal,
además del alcohol y el tabaco, ahora el juego.
sábado, 7 de octubre de 2017
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