domingo, 4 de septiembre de 2011

BOLOGNA 2.- (Notas emilianas).-


Ma... caro mio: “La classe operaia va in paradiso”
1971 Elio Petri.

Exponente magnífico de un género desaparecido, el cine político italiano.
Propio de una época en la que un buen ciudadano solo necesitaba dos atributos, ser un trabajador, y estar dispuesto a luchar por el progreso colectivo, a luchar por mejorar todo lo que fuese mejorable que era, y es, mucho.

Mi desconocimiento sobre el mundo y sobre la vida que, por entonces, ya daba signos de la inmensidad que no dejaría de acrecentarse con el paso del tiempo, me hizo pensar que el paraíso solo podía ser eso, aquello que desde bien pequeños nos ofrecen como postre si nos hemos portado bien antes y si hemos terminado la comida que hay en el plato (de la vida).

Y resultó ser que no lo era, al menos solo eso. En “Les enfants du paradis” de Marcel Carné ya aprendí que aquella parte superior de la sala (cinematográfica) que nosotros llamábamos gallinero, tenia un eufemístico nombre mucho mas elegante, paraíso. Y cuando Elio Petri y su militancia política, de los tiempos cuando existía esa cosa, convierten el paraíso en el nombre de un manicomio en el que todos acabaremos algún día, ya me pareció de lo más normal y exacto como significado para la palabra en cuestión. Al parecer son tres sinónimos. De los que también andábamos escasos, por cierto.

Ahora, esa lucha entre glóbulos blancos y bacterias, ya no tiene mercado; y mucho menos desde que los antibióticos la resuelven “casi” siempre, a favor. Pero hubo un tiempo, no muy lejano, cuando los antagonistas ultras, de ambos, no dudaban en emplear las tradicionales matanzas de inocentes, que la humanidad siempre ha sufrido con el pretexto de conseguir un cambio a mejor, generalmente a mejor de los que se hacían con el poder, y a veces ni eso, como es el caso.

Lamentablemente, una vez cautivo y desarmado el ejercito rojo (y me refiero al soviético y sus profetas extramuros) y desaparecida la costumbre de la masiva inmolación ajena donde mas duele, en el centro de ciudades presuntamente civilizadas, aparece una “nueva” versión del crimen impune – suele serlo- y colectivo, en el revival de luchas hegemónicas religiosas, mas viejas que el antiguo testamento, y que han pillado de improviso a la sociedad conformista, es decir despolitizada, en que nos encontramos.
Un nuevo reto para los vendedores de la violencia supranacional que, al día de hoy, siguen sin saber que articulo mortífero será el más demandado pasado mañana. El muro cayó, pero la sangre – ajena- sigue manchando el suelo.

Quizás la miopía colectiva siga negándose a pasar por el láser corrector. Y la ignorancia continúe cayendo a un abismo bastante mas profundo que el de los años 70. Y es que, mientras los muertos en el episodio dle ferrocarril (sic) sigan siendo , afortunadamente de los vagones de tercera, como en el noticiario apócrifo de entonces, mientras los centenares de nuestros nuevos mártires sigan siendo en su mayoría inmigrantes (gente que presumimos, de paso, en nuestra sociedad), o vecinos norteafricanos que siguen cambiando de pachá al modo tradicional; (como aquí hicieron aquella vez, mediante el exterminio del diezmo, de uno de cada diez) vamos a seguir sin preocuparnos, mirando para otro lado, que suele ser el de la pantalla catódica.

Todavía hoy, 31 aniversario del terrible suceso de Bolonia, existe la duda popular de si fueron estos o aquellos, y la necesidad de evitar cada año manu militari, los enfrentamientos entre los que acusan al rival, así como la mojigatería de colmar con homenajes y paradas, muy vistosas por cierto, la ausencia de lo único que las victimas pueden esperar de una sociedad que se respete, es decir de la justicia. Me recuerdan tanto a otras víctimas de otras estaciones que siguen en el limbo de intereses políticos partidistas, de solo dos partidos por cierto, que me estremezco a la vez que decido tomar el primer tren para Florencia, huyendo por consejo, otra vez, de la paciente hada madrina de que dispone el excelente servicio de información al turista.


P.D.- Mientras la clase obrera ha ido siempre al paraiso, la clase dirigente suele elegir las Delizie: villas, mansiones, o palacios residenciales donde alejarse de las molestias del mundanal. Volveremos a ello con Lucrecia. ( Haced click sobre la pintura de Maddox Brown para apreciar los detalles).

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