viernes, 16 de septiembre de 2011

LAMENTACIONES.- (Notas emilianas).


Nicolo del Arca y su "Compianto sul Cristo morto"

Por más que digan que el apodo de Nicolo vino de su habilidad para hacer arcas capolavoro, obras maestras, para guardar los huesos de los santos; a mi se hace pura coincidencia, esgrimida para turistas inexpertos. Igual que cuando te anuncian su compianto como la obra más parecida al “Grito” de Munch.

Oigan, que para defender el valor excepcional de un escultor renacentista del XV, tengan que acudir a un pintor nórdico mas o menos expresionista del XX, me parece a mi que no es otra cosa que asociar la excepcionalidad de esta obra con aquella imagen que tantas veces han visto ustedes en la tele, papilla para bebés que no están listos para el filete, para la chuleta “Fiorentina” de seiscientos gramos, gloria y cumbre de la gastronomía italiana, por mas que quieran distraernos con la pasta, el tomate y el aceto balsámico, que tambien, también .

Sea de cualquier manera, incluso de la mas consuetudinaria, como es el comprobar que la iglesia de Sta Maria della Vita, donde se encuentra, haya sido restaurada por, y por tanto pertenezca a la caja de ahorros local, no quita merito al espectáculo que, para mi, ya justificaría una vista, y algún retorno espero, a Bolonia.

Son seis figuras de terracota - la de Cristo no la cuento, es el punto de fuga del artista- cuya composición, distribución y actitudes individuales, suponen la mas alta cima de la imaginería que uno puede haber contemplado a lo largo de su vida (1). Y cuando hablo de imaginería no me estoy refiriendo exclusivamente a las figuras escultóricas y más o menos religiosas de los maestros del mármol o de la madera. De hecho esta es de terracota, antaño policromada.

Estoy incluyendo todas las imágenes, en un mundo, donde la imagen es la palabra, que me ha tocado vivir, y donde hasta ahora las pinturas de los museos de medio mundo y los dibujantes gráficos, que tanto han mamado de ellas, habían creado un coctel en mi cabeza, de donde poco a poco he ido separando los sabores y los colores preferidos. Y si, es cierto que todos copiaron de otros, y esa es la única manera del aprendizaje para el artista. Es lo normal.

Pero cuando me enfrento a las figuras de Nicolo, en la frontera del 1500, surgen el asombro y la pregunta sin respuesta. ¿De quien copiaba, de quién pudo haber aprendido este hombre?

Cada una de ellas es una pieza teatral, una obra completa más bien. Donde el rostro, el gesto y el movimiento congelados nos reproducen la vitalidad no ya de un instante sino de una larga secuencia cinematográfica. Y donde el conjunto, ! voto a brios! –disculpad que no escriba el ordinario palabro que la ocasión merece- te arrincona en aquella esquina semioscura durante veinte treinta minutos, haciéndote perder la noción del motivo de tu viaje.

El síndrome de Stendhal, sin duda, y además exclusivo, como dicen ahora para aquello que pretenden vender a todo el mundo, o sea todo lo contrario de la exclusividad, solo que en este caso, curiosamente, lo es.

Tres visitas, tres en diez días, minutos interminables ante la calidad de semejante droga estupefaciente y gratuita, y nunca más de dos o tres espectadores junto a mí, en trance, naturalmente.


(1). Inevitablemente propenso a la exageración. He contemplado, y devorado, escenas extraordinarias que, desde la infancia, no han dejado de sugerirme, las dos dimensiones del comic, del tebeo. Todas ellas, de Hal Foster (Principe Valiente), de Alex Raymond (Flash Gordon), o de Ambrós (Capitan Trueno); me harian sospechar que Nicolo se habría inspirado en estos, si no fuese porque el sentido común me sugiere lo contrario. Que siempre hay alguien, a veces oculto o ignorado, que es digno de ser copiado. Musas los llaman los poetas.


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