sábado, 10 de septiembre de 2011

FLORENCIA 2. (Notas emilianas).


Ghirlandaio y Garibaldi: Dos artistas a seguir.

Respecto a la deslumbrante Florencia, la sensación es la misma que produce la obscenidad superlativa. La de estar en un gigantesco parque temático, en una descomunal feria de los horrores, donde cada barraca te anuncia la contemplación, previo paso por taquilla, de aquellos monstruos, llamémosle arte, para los que la imaginación no tiene suficientes recursos propios, y necesita que la mirada le ayude a completar el paisaje, infierno o paraíso, según el filtro que el juicio de cada uno quiera aplicar.

Yo lo siento, pero es que no he terminado de digerir las atrocidades de los Este, de los Gonzaga, de los Borgia, y ahora resulta que para los Medici, apenas encuentro un hueco en la estantería de los perversos.
Que sí, que dejaron un patrimonio artístico imprescindible para la humanidad, como aquellos antepasados sin escrúpulos que dejan atesoradas suficientes riquezas para que dos o tres generaciones después, sus herederos sigan viviendo de ellas , generalmente sin dar golpe, y olvidando piadosamente cualquier sospecha sobre el origen de su fortuna .

Demasiado cercanos por lo demás, entonces y ahora. Entonces, al comprobar que sus coetáneos de Castilla y Aragón, de Navarra o Portugal, ya habían inspirado el catecismo, el vademécum moral que Maquiavelo había elaborado inspirándose en la figura de Fernando, que todavía no era “el católico”, por cierto, que eso vino después.
Nada viejo. Nada nuevo. Ahora, persiste aquello de: “la familia que roba unida, permanece unida” y aunque, a veces, milagrosamente se detecte y se aparte al corrupto, al criminal; el resto de los beneficiarios del clan, o sinónimo de familia, gozan impunemente del botín, y lo hacen, lo siguen haciendo, durante generaciones.

Este es un asunto moral, el de la inocencia beneficiaria de los crímenes de otros, cuya indefinición demuestra que no hemos progresado nada desde entonces. Confirmo.

Y bien que lo siento, pero cuanto mas bellas son las piedras que contemplo, más dolorosos son los gritos que escucho a mis espaldas.
Respecto al juicio histórico, académico y ajeno, sobre los que atizaban, y siguen atizando el fuego, mejor me callo.

Y es que han sido días de cine, de música, de cerveza y/o lambruscos, y sobre todo de descubrimiento, de cómo la historia sigue viva entre las piedras, los templos y las pinturas que han resistido inconcebiblemente el paso del tiempo, y el cómo tras cada esquina te asalta la figura de algún conocido tuyo: Valsalva, Dante, Savonarola, Santo Domingo, Lucrecia Borgia, Galvani, Marconi y Garibaldi, sobre todo Garibaldi.

Figuraos que están celebrando el ciento cincuenta aniversario de la reunificación de Italia, de la transformación de diecisiete pequeños estados o naciones, en una sola patria, y me vuelve a dar el espasmo esofágico, ese tan doloroso que acontece cuando te tomas el helado demasiado deprisa o cuando constatas el disparate de la inversión histórica, diecisiete en una sola. !Están locos estos italianos!. Todo este tiempo perdido.
Se me nublan las ideas, y hasta se me encoge el corazón.
Los helados mejores los de crema, y vainilla natural, aunque alguno de limón tampoco estuvo mal. De las diecisiete ya hablaremos.


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