Savonarola estuvo allí.
Lástima que no lo conocí, con lo que me hubiese gustado.
Volví de Roma con la sensación de haber perdido un amigo, y de hacerlo de la manera más trágica. La figura de la Piazza Campo dei Fiori, a la que acudía a pedir consuelo todos los días, agotado por la pompa del mármol y el estuco romano y vaticano, que no son iguales por cierto. Y viéndolo después revivir, en la persona de Gian Maria Volonté, arrastrado, con el pincho de hierro clavado en su boca impidiéndole cualquier maldita palabra, a la vez que dejando manar la sangre que presagiaba la hoguera, allí, en aquel lugar, donde quinientos años después, otra vez, la cifra mágica, siguen apareciendo flores recién cortadas cada mañana, a los pies de su efigie. Giordano Bruno. Film de 1973. Giuliano Montaldo.
Y es que resultan tan lejanos los personajes, sus vivencias o sus ideas, cuando los condensamos en la limitada abstracción de una estatua de bronce sobre un pedestal, que a veces necesitamos que nos recreen de forma mas cercana, más real y verosímil, en película, una época y sus desmanes, que todas los tienen por cierto. Y conste que no recuerdo ahora las ideas que llevaron a Bruno a la hoguera, aunque parece cierto que fueron solo eso, ideas, igual que las del aragonés Miguel Servet, insistiendo sobre la herejía de la doble circulación sanguínea en el cuerpo humano, amen de alguna discrepancia sobre la santísima trinidad, que acabó de la misma manera, inquisición mediante, apoyada por los savonarolas de su tiempo y por los miembros de la orden que Santo Domingo fundó con una finalidad diferente, presumo.
De hecho he estado durmiendo una semana a escasos cien metros de su tumba, la del santo, y no he tenido pesadillas. Aunque no pude menos que sufrir un brote de espanto, mudo, al contemplar detrás del arca que guarda sus restos, una magnifica radiografía de los mismos, enmarcada con el debido primor. Y es que la ciencia, cuando conviene hay que tenerla a la vera, por más que con Giordano, con nuestro paisano Miguel, y casi con Galileo, el resultado del partido fue categórico: Fuerzas celestes 3, Científicos asociados 0.
Y todavía los del Atlético seguimos pensando que “Eppur si mueve”. Optimistas desinformados, sin duda.
Claro que el análisis histórico de la intransigencia absoluta, por más que sea realizado por un profano aficionado, como es el caso, no deja de hallar ciertos cabos con solidez suficiente para arrastrar una o dos verdades. Por ejemplo, se me ocurre pensar aquello de ser mas papista que el papa, y la intensidad que tal perogrullada acarrea cuanto mas se aleja del epicentro del poder, sea la roma vaticana, o sean los príncipes cristianos de entonces, y su nudo gordiano en el que estado y religión eran y debían ser una misma cosa.
Brillante concepto, transmitido integro hasta nuestros días, en los que cualquier mención a la necesidad de separar la fe propia de la del vecino, sigue siendo un tabú, un intocable que puede conducir a quien lo intente a situaciones similares a las humeantes citadas, que sin duda forman parte de la nostalgia, y algo mas que nostalgia, de los savonarolas de nuestra época. Estaban rivalizando los italianos, y tenían que demostrar su fidelidad al dogma. Los medios empleados, como no dejamos de comprobar cada dia que pasa, no tienen importancia ante el supremo fin verdadero, el poder, en cualquiera de sus manifestaciones. Ese si que es un diablo dañino y maloliente al que todo el mundo rinde pleitesía, aunque algunos no duden en llamarse otra cosa o presumir de lo contrario.
Savonarola murió, tambien, en el fuego, después de haber arrojado todo atisbo de pecado a su alcance, a la inextinguible y real fogata, que dio en llamarse “Hoguera de las vanidades”. En la que ardieron tratados y útiles de cosmética, espejos y obras literarias, pinturas y cualquier cosa que hiciese referencia al placer y a la sodomía, que a su parecer era la fuente del mal florentino de la época. Aunque pienso yo que no lo quemaron en la Piazza Della Signoria, a Giarolamo, solamente por eso. Tres veces, tres, retirando sus restos humeantes de la pira para ser ubicados en una nueva, hasta que sus cenizas, o algo parecido, pudieron ser arrojadas al rio Arno. En la tesela que pude fotografiar en su casa natal, lo explica sucintamente: Nació en Ferrara en 1…, Ardió en Florencia en 1….
Sobre los nuestros, los que predican el fuego eterno siempre antes de su llegada al poder, y a veces durante su estancia en la dirección de la cosa, para abrazar incondicionalmente el pecado de la codicia, en cuanto nos descuidamos, las únicas diferencias que encuentro con el precursor son: la aversión al cilicio y al ayuno, tan apreciados por Girolamo, y la imposibilidad de que ardan en ninguna hoguera. Son incombustibles.
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